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Grandfather

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Por: Jorge Enrique Lage

Hay un poema de Oscar Cruz (“Los médanos de Coro”, incluido en su libro Las posesiones) que empieza así: “perseguí una chiva a través del desierto / sin poder alcanzarla. no como lo hiciera / Lautréamont detrás de un avestruz a través de la jangada / mis vicios eran otros. otra la visión que me inquietaba.”

Prolongando la visión y los vicios, Legna Rodríguez va a declarar: “No puedo perseguir la chiva de Oscar Cruz / porque esa chiva no es mía / ni es mío el desierto”. Parece que hay algo en esa persecución. En un remate sorprendente, el poema que se inicia con esas líneas (titulado “Los médanos no”) introduce la cuestión del mérito:

 

“¿incluso si la chiva no fuera de Oscar Cruz

soy merecedora de perseguirla?

¿incluso convirtiéndome en la chiva

soy merecedora de que Oscar Cruz me persiga?

De todos los abrazos que mi grandfather me dio

solo uno me lo dio por la noche

y cuando me lo dio

hombre demente

habíame confundido con la patria

[…]

me pregunto si haber sido confundida con la patria

fue una circunstancia que merecí.”

 

Leo esto en Tregua fecunda [Ediciones Unión, 2012], el más reciente libro de Legna Rodríguez Iglesias (Camagüey, 1984). Podemos suponer que el grandfather es, en efecto, su abuelo: ese Ángel Iglesias (1919-2009) que figura en la dedicatoria del volumen. Podemos suponer también que la autora (Legna, por cierto, es Ángel al revés) no es tan inocente como para terminar ahí, un nombre en primera página. En “No me preguntes cómo se llama”, el último poema, leemos:

 

“¿Si yo tengo la mano de Orula

Orula tiene mi mano?

¿Si yo tengo el sexo de un pollo

ese pollo tiene mi sexo?

¿Y si tengo también su molleja?

¿Si yo tengo la patria de un hombre

ese hombre tiene mi patria?

¿Cómo se llama ese hombre?

¿Puedes decirme cómo se llama?”

 

Zoantropía, shapeshifting, posesiones de cuerpos. La escritura de Legna Rodríguez tiene mucho de eso. En Tregua fecunda el flujo animal que circula a nivel de chiva, de pollo (la autora ha escrito en otra parte, cito de memoria: “Soy / la perra dócil / de la literatura cubana”), también arrastra consigo el cuerpo de un hombre, un hombre muerto: el gran padre, el patriarca, “hombre demente”.

Del poema que da título al libro:

 

“fue una lástima

que quien practica la autopsia

le dejara el marcapasos

en el fondo de su pecho

ahora bajo las flores

hay un marcapasos vigilándome.”

 

Legna escarba ahí: la memoria familiar, los paisajes de la memoria. Pasa la lengua por una tierra tan fértil como fosilizada, juega con el churre que se le mete bajo las uñas. Una escuelita rural, un cine de pueblo. Las mujeres velludas del norte de Camagüey. Guáimaro. Sibanicú. El río Tínima. En el poema “Dos ríos” nos dice:

 

“Mi grandfather fue un sufridor

las palmas reales sufren

cuando truena

todas las palmas reales

son unas sufridoras empedernidas”

 

Un abuelo erguido corona todos esos paisajes. Es la imagen que destaca en el horizonte mientras a la boca de la escritora vuelven “los sabores del llantén”. Es la referencia topográfica para hablar de herencia, raíz, hogar. En “Caída en combate” (el poema que viene, cómo no, a continuación de “Dos ríos”), leemos:

 

“El año del carbón en los ferrocarriles

ha pasado

un terreno de nadie

es lo que cualquier grandfather llamaría

nuestro hogar

insinuar el paneo en nuestro hogar

es lo que cualquier grandfather llamaría

traición”

 

Legna creyó necesario (no lo era) martillar la idea del grandfather como sujeto colectivo, generacional, ya sin el peso de un nombre propio. En el poema “El cementerio” nos presenta a un grupo de hombres y mujeres que

 

“nacieron a partir de la segunda década

del siglo veinte

para ser revolucionarios

en un país revolucionario

y amar a su país más que a sus hijos

y amar a su país más que a sus madres

y verlo despojado de cadenas

murieron a partir

de los primeros años del siglo veintiuno

con la agonía revolucionaria

de los hombres y mujeres

que han  contemplado orgullosos el amor

fueron enterrados en tumbas de cemento

que cuando llueve se filtran”

 

Este cementerio patrio, que hace explícita la línea principal de Tregua fecunda (una tregua que dura, digo yo, lo que dura el latido de los marcapasos enterrados), no es, sin embargo, lo más interesante del libro. Yo me quedo con los alrededores del cementerio. Me interesa ver cómo se va abriendo ese terreno entre las malezas espinosas de la escritura de Legna Rodríguez: poemas con cierto regusto trash, poemas que exudan morbo y brutalidad, poemas clase Z.

Como uno donde la autora se nos muestra bajando por la Avenida de los Presidentes, en dirección al mar, hablando consigo misma, hablando de “los deseos que tengo de que chupen mi cereza” (“Cereza podrida”, se llama el texto), y un niño le grita loca:

 

“pero yo no estoy para menores

yo podría despingar a su madre con mi puño

y luego echarla al océano

con todos los presidentes

mirándome”

 

Pensar en estos términos: escribir / despingar. Escribir con el puño, con la mano de Orula. Escribir como una perra.

Y escribir al revés, algo que a Legna le viene desde el nombre.

 

Foto tomada de: legnarodriguezblogspot.com y estandarte


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